La modesta lectura que voy a tener el honor de haceros esta tarde, aspira a iniciar en nuestra casa cierto modo nuevo de vinculación entre el claustro universitario y cada uno de cuantos lo componen. El pensamiento es sencillo: consiste en que —como en los consejos de familia— los profesores, que también forman la suya por gracia del espíritu, lleven a conocimiento de sus colegas, en reuniones como ésta, la noticia de sus conquistas en el campo de la respectiva especialización, y sometan a su cordura y a su juicio, la conveniencia de difundir o de silenciar las conclusiones que tengan obtenidas. Esto descansa en la convicción profunda de que nuestra Facultad y sus hombres coparticipan, de cierto modo, en nuestra responsabilidad, y merecen toda la prioridad de nuestro respeto, y en la de que los profesores nos debemos, antes que a nada, a la Universidad, y que a ella, como a las madres, se está obligado a hacer la primera confidencia de lo que tenemos por el logro de un éxito. Lo digo, recordando que las madres saben, por igual, atemperar los entusiasmos excesivos o poner nuevas alas al esfuerzo que puja.