Motejar con acrimonia los usos y costumbres de un pueblo, sin hacerse cargo de su significado simbólico, es condenar implícitamente su cultura. Y censurar con amargas recriminaciones empresas titánicas dignas de una epopeya, sin apreciar en su justo valor las dificultades sin cuento y los obstáculos insalvables que hay que arrostrar para llevarlas a cabo, implica una incomprensión censurable del ambiente y de la época, y un desconocimiento, por demás erróneo y absurdo, de la trascendencia de una conquista y de una colonización.