La historia de las constituciones de Chile es la historia de los personalismos de ese país. En efecto, pocas naciones sintieron tanto la influencia personal en la vida de sus instituciones como Chile, a punto tal, que en la mayoría de los casos el conocimiento profundo de la vida de un Henríquez, un Egaña o un Mora — más que el conocimiento de las ideas populares — bastarían para comprender lo bueno y lo malo de las constituciones que bajo su influencia se sancionaron. Las constituciones de 1812, 18, 22 y 23 son la demostración más acabada de los desvarios que se cometen cuando se cierran los ojos a la realidad y se quiere legislar desde el gabinete, en la contemplación abstracta, cuando no mística, de principios moralizadores, aptos para dirigir las acciones privadas, pero ineficaces en la ciencia política.