Como la palabra polémica, cuya raíz griega es “polemos”, vale decir “guerra”, continúa respondiendo a su etimología, resulta difícil emplearla a propósito de una controversia célebre sin que los símiles combativos se impongan a la imaginación.
Permítasenos decir, por lo tanto, que al igual de lo ocurrido en tantos otros duelos históricos, de la polémica sostenida por Groussac con Menéndez y Pelayo se conoce mejor el resultado que las incidencias del combate, que es ella más mencionada que puntualmente conocida. Tal como ocurre con las peleas pugilísticas de resonancia, en las cuales el número de los enterados de la definición de la lucha supera en mucho al de los que realmente la presencian.
Este ensayo obedece a la convicción de que esa controversia merece una atención distinta de la que le suele acordar un criterio poco menos que deportivo. Por encima de la materialidad del resultado, de aquel argumento imprevisto y documental con el que Menéndez y Pelayo señoreó sobre el campo de batalla, por encima de todo ello, hay en esa polémica modalidades de temperamento personal, orientaciones de crítica, vicisitudes de esgrima y hasta apasionamientos nacionales que superan en interés psicológico y literario a la definición misma del duelo.