La manera de sortear la lógica de excluidos-incluidos-incluyentes y de no caer en esa trampa consiste en detenernos en ese encuentro único entre dos, que reside en esa asimetría (niño y adulto) que nos convoca a responder, a dar respuesta, en el sentido de aceptar una responsabilidad por el otro (en la raíz latina “respuesta” y “responsabilidad” se mezclan: "respondere" es “hacerse garante”). La responsabilidad de poner el cuerpo e involucrarnos, pero por sobre todo conocer sus derechos, respetarlos y enseñarlos, ya que los niños no pueden reclamar aquello que no conocen, teniendo en cuenta además que cuando estamos frente a frente, tenemos la posibilidad de volver a mirar un rostro “desnudo” que nos habla, nos llama, nos exige, en una relación que va más allá del conocimiento, la intencionalidad o el saber: exige una relación ética.