Doble es la existencia del hombre. Por un lado, vive lo que es; por el otro, lo que quisiera ser. Nunca la distancia entre el ser y el querer ser ha sido tan grande como en la Edad Media. El ser está en el vivir cotidiano, en el desnudo y caótico infierno dantesco de la realidad. Consignado en las crónicas y documentos oficiales nos habla de la envidia, soberbia y codicia desenfrenada del clero y de la nobleza en tajante oposición con la lastimosa miseria del pueblo, de sangrientas luchas de partidos, de la plaga crónica de la guerra. Nos habla de un pueblo dominado por el terror religioso, en proporción del horror a los sufrimientos y penas del infierno, de una humanidad que viborea, se arrastra por una tierra lúgubre, que espera, para en breve, el término de sus días. Y nos dice también de un presentir de lucha de clases, expresado por los motivos de la crítica moral.