La sexualidad de las mujeres se representó siempre como impulsiva, desenfrenada, ingobernable; justificando la necesidad de que la racionalidad del hombre encausara la expresión libidinal femenina a través del matrimonio.
El mandato social termina por definir los límites de lo posible en términos subjetivos, ya que la posibilidad de decidir no tener hijos históricamente se tornó inviable para la mayoría de las mujeres. Sin embargo, las decisiones que tomen las mujeres sobre su sexualidad y su (no)reproducción representan un acto de agenciamiento que puede alterar las negociaciones y el ejercicio de poder al interior de su pareja y fomentar relaciones de género más equitativas a nivel social.