La decidida política intervencionista en el seno de la vida estatal griega, que inicia Atenas en el año 462 y prosigue hasta la paz de los 30 años, es el resultado de la ascensión al poder del partido democrático. Los demócratas fiaban en la fuerza de expansión de los principios de su credo político e imaginaron que bastaría la intervención de Atenas en los estados oligárquicos para que prendiese con fuerza la democracia. Pero las ilusiones que se forjaron Pericles y los suyos sobre el poder de expansión de los ideales democráticos se desvanecieron ante la dura realidad. Las condiciones económicas y sociales de países como la Beocia o la Lócride no eran favorables para un cambio de régimen, y el sentimiento de autonomía de los estados griegos era demasiado fuerte para tolerar la intervención por la fuerza. El imperialismo extremo debió menguar; y todo indicaba a los políticos atenienses que era mejor abandonar la empresa de mantener el dominio por las armas, si no se quería poner en riesgo la existencia misma de la liga de Délos y su transformación imperial.