Aunque la distribución de las especies cambia naturalmente a lo largo del tiempo, la actividad del hombre incrementa en gran medida la tasa y escala espacial de estos cambios, ya sea de forma intencional o no (Ricciardi & MacIssac, 2000). Este incremento ocurre en forma directa, a través de corredores de invasión (rutas acuáticas, terrestres o aéreas; comerciales y/o turísticas) o en forma indirecta, a través de ambientes alterados como consecuencia del cambio global. Esta última expresión ambiental crea un medio potencialmente favora- ble para el establecimiento de las especies introducidas (Dukes & Mooney, 1999).
El impacto que ocasionan las especies introducidas es mayor en los ambientes disturbados que en los prístinos. Ya en la década de 1950, Charles Elton (1958) planteó el concepto de «resistencia biótica», que sostiene que, en áreas no disturbadas, el conjunto de competidores, depredadores, parásitos y enfermedades frustran el establecimiento de la mayoría de los invasores, mientras que en un ambiente disturbado, esa resis- tencia es menor debido al descenso del número de especies «defensoras».