“Haute nouveaute París”, fue la inscripción que los comerciantes porteños exigieron se estampara sobre los botones surgidos de la fábrica que el industrial Raimondi fundara en 1887. Era necesario conformar el gusto de la época porque los argentinos desconfiaban de la industria nacional. Esa inclinación de nuestro pueblo hacia todo lo que fuera importado siguió predominando hasta no hace mucho tiempo, y todavía abundan quienes no ocultan tal predilección. Durante gran parte de su existencia la República Argentina produjo menos de lo que consumía, limitándose su producción casi exclusivamente a la elaboración de materias primas. Las manufacturas venían de Europa. Lógico es que tal hecho conformara un hábito y cuando la incipiente industria nacional comenzó a lanzar sus artículos al mercado interno, los hijos del país menoscabaron su calidad.