El turismo como fenómeno socio-cultural e inductor de actividades económicas se inscribe en un territorio construido socialmente. Los atractivos que instituyen la práctica turística forman parte del acervo patrimonial de la sociedad residente en el destino. Estas expresiones culturales pasan a ser valorizadas por el turismo otorgándoles un valor de cambio y de uso. De esta manera, el turismo atiende, en su mayor parte, a un interés comercial que tiene lugar a partir de la mercantilización de un territorio construido bajo los valores y necesidades de una sociedad local. Uno de los procesos turísticos asociados a esta mercantilización y especulación territorial es la gentrificación.
Los efectos indeseados de este fenómeno de segregación se pueden observar en la valorización turística de algunos de los más importantes centros históricos latinoamericanos entre los que se destaca la ciudad amurallada de Cartagena de Indias.
El proceso de gentrificación al que fue sometido el centro histórico de Cartagena, dio como resultado el desplazamiento de los residentes y el desarrollo de un tejido social disfuncional.
A raíz del establecimiento de capitales tanto extranjeros como nacionales y teniendo como corolario la declaración de Patrimonio Mundial por UNESCO, la ciudad fue readaptada a las necesidades del mercado dejando a un lado los intereses de la población. Desprovisto de la vida cotidiana que lo caracterizaba, el centro histórico se transformó en una maquetación de la arquitectura colonial, quedando reducido a meras fachadas. No obstante, los habitantes del barrio de Getsemaní, bajo el lema “Getsemaní no se vende” continúan llevando adelante acciones de empoderamiento de la comunidad y resistencia ante la instalación de empresas turísticas transnacionales.