El filósofo no se satisface con su mundo y con su yo, tal como se le ofrecen en la experiencia directa. Le despiertan problemas o despierta él a los problemas. Una vez que penetre por este camino, es imposible predecir el término. Quizá llegará un momento, como acontece a casi todos los que asumen la misión de filosofar, en que tropezará con antinomias, exigencias evidentes, de contenidos recíprocamente opuestos. Este es el destino, fatídico, del pensador que, seriamente, con miras a una visión clara e imparcial, se plantea el problema de la libertad. Alejandro Korn arrimóse a su estudio cautamente, considerando que es fundamental para el conocimiento del mundo y del lugar que el hombre ocupa en el mismo. Quería estar seguro de la posibilidad o de la imposibilidad de la solución. Porque también es destino del filósofo, después de largos y arduos rodeos, resignarse ante el muro insalvable que impide toda salida satisfactoria.