Habitar y compartir de forma conjunta los espacios de aprendizaje seguramente señale al 2022 como el año del retorno. Volvemos a estudiar en forma presencial, investigamos dentro de los edificios universitarios, ensayamos en las aulas, conversamos en pasillos, salas y patios. La música en vivo congregando muchas personas amplía día tras día las propuestas. No olvidamos las opciones que aprendimos durante el distanciamiento que la pandemia impuso, pero sumamos, a esas experiencias transmitidas en línea, la cercanía presencial, el lugar en común. Y en todos esos regresos universitarios, la juventud se amplifica. Por lógica, en la formación profesional de músicos universitarios, lxs jóvenes son más. Y tal vez la pandemia les propuso a muchxs de ellxs una anticipación de ciertas ideas que en general el avance de la edad trae, la proyección finita del ciclo vital, la conciencia de los límites ante las situaciones extremas, el esfuerzo de las renuncias por prevención, un cúmulo de experiencias poco frecuentes en sus vidas. Sin embargo, en esa vital forma de regreso la presencia de lxs estudiantes en la Facultad de Artes, seguramente en todas las demás también, aporta la identidad que hace a su razón de ser: para enseñar se necesita quien quiera aprender, para asumir la responsabilidad de transmitir, compartir, discutir y ampliar legados culturales se necesita de generaciones nuevas con interés. Y en esa interrelación fluida las aulas suenan nuevamente, huelen juventud, se iluminan y se llenan de manos que se encuentran.
Probablemente sea esta presencia joven, emancipada, la que se revele en el trasfondo de los temas y autores de artículos y ensayos en este octavo número de Clang. Tanto por las músicas que tematizan algunos artículos como por las perspectivas que abordan músicas menos nuevas, la mirada joven destaca en esta nueva edición, la del regreso presencial.