La música se desarrolla en el tiempo y es, a su vez, la experiencia que tenemos durante ese tiempo la que nos permite significarla. En otras palabras, la dimensión temporal constituye una cualidad esencial de la música que es experimentada y organizada por el oyente, de acuerdo a características tipo reloj o narrativas (Epstein, 1995; Shifres, 2006). De este modo, podemos pensar en un sentido tipo reloj de la experiencia temporal, como forma medida del tiempo vivido, por ejemplo, cuando marcamos un pulso y contamos sus unidades para estimar cuánto dura; y en un sentido narrativo de la experiencia del tiempo que nos remite a la propia configuración del tiempo musical o al establecimiento y caracterización de sucesiones de eventos musicales, por ejemplo, al describir aquello que escuchamos en términos de cómo sentimos el transcurso temporal en relación a la tensión y distensión, qué aconteció antes y qué ocurrió después.