La reflexión acerca de lo histórico y de la temporalidad parece ser la característica distintiva del pensamiento filosófico contemporáneo. Es evidente que en esto lo podemos reconocer como heredero y, en alguna medida, continuador de la problemática de algunos sistemas filosóficos de la época moderna. La historia fue el eje central alrededor del cual se organizaron el idealismo y el materialimo históricos de Hegel y Marx. También en esta época tuvo gran desarrollo la historia a nivel de ciencia positiva, que promovió el surgimiento de nuevos planteos epistemológicos que la filosofa trató de resolver, como por ejemplo: ¿es la razón filosófica competente en el ámbito de la historia, o precisamente lo histórico constituye el límite para el conocimiento racional? Era necesario, además, para que la investigación histórica pudiera llegar a ser una auténtica ciencia positiva, dotarla de un método riguroso, otorgarle fundamentos adecuados y darle una organización sistemática a sus conocimientos. Esto originó también el replanteo de algunos problemas dentro del dominio de la ontología. Se hacía imprescindible saber si lo histórico era el verdadero modo del ser o simplemente una nueva región de entes, diferente, en esencia, de la del ente natural, pero tan objetiva y real como ésta; o, en fin, si lo individual y cambiante carecía de realidad y se reducía a mero fenómeno o apariencia: en tal caso, la verdadera realidad seguía siendo lo inmutable, lo eterno, lo universal y, por lo tanto, lo atemporal.