A lo largo de la historia y sobre la base de férreas dicotomías como teoría vs. práctica o hecho vs. valor, las posiciones dominantes en filosofía han identificado al conocimiento con su dimensión estrictamente teórica y han relegado a su dimensión práctica como cualitativamente inferior. En la contemporaneidad, esta perspectiva se cristaliza en la versión standard de la filosofía de la ciencia, versión que se concentra principalmente en el análisis lógico de las teorías y que toma a los valores morales, sociales y políticos –no en vano denominados “extraepistémicos”– como elementos perjudiciales para el correcto desarrollo de la ciencia. Como resultado de estas interpretaciones, pero también de ciertas presiones políticas durante la Guerra Fría, hacia la segunda mitad del siglo XX se forja un ideal filosófico de ciencia libre de valores, para el cual la validez del conocimiento científico debería depender de la evidencia y de la correcta derivación lógica, excluyendo toda referencia a valores “extraepistémicos” y equiparando así la pretendida neutralidad valorativa con la objetividad de la investigación científica.