Algún tiempo después del fallecimiento de la señorita doctora Ana Manganaro, los miembros de su familia, con los cuales tenía amistad, me obsequiaron con un voluminoso legajo, que contenía apuntes, notas dibujos dejados por la extinta, rogándome que dispusiera de ellos según más conviniera a mi criterio. Revisando todo ese material, pronto me convencí que una parte del mismo, ordenada y coordinada debidamente, constituía un importante trabajo, que no debía dejarse perder, pues representaba una notable suma de observaciones altamente interesantes. Me puse, pues, a la obra, y en poco tiempo alcancé a reconstituir el original del trabajo que constituye la publicación que tengo el placer de brindar a los colegas y cultores de las disciplinas botánicas en la Argentina.