Las épocas se califican y clasifican por los matices dé su cultura. Ésta, diversa en sus múltiples aspectos, forma una unidad con partes que se compenetran e influencian, a veces mucho más intensamente de lo que nos imaginamos o hemos sido capaces de comprobar. Es una cautela que no debemos olvidar, cuando analizamos un aspecto cultural, sea religioso, ético, literario, o de cualquier otra índole. La selección no supone aislamiento, de lo contrario dejaríamos de interpretar adecuadamente el todo o alguna de sus partes.
Esta afirmación vale especialmente para lo literario. El literato, ya escriba en prosa o en verso, es mente y corazón abiertos a las más diversas corrientes; eco de inquietudes, búsquedas u opiniones variadas. No siempre será confesión explícita, porque el espíritu elabora sutilmente sus productos y los sella con su individualidad. Sólo un intelecto agudo adivinará hasta qué extremo, consciente o inconscientemente, responde, tal vez hasta negándolo, a influencias que le son muy cercanas.