Con la llegada de Rubén Darío a Buenos Aires, en el año 1893, el movimiento modernista inicia, en la Argentina, su trayectoria ascensional. “Fue para mí un magnífico refugio la República Argentina, en cuya capital, aunque llena de tráfagos comerciales, había una tradición intelectual y un medio más favorable al desenvolvimiento de mis facultades estéticas”, dice Darío en Historia de mis libros. Buenos Aires era ya la gran ciudad que se proyectaba potente hacia el futuro. Muy cordialmente recibió esta ciudad a Darío, y su presencia en la capital argentina contó con la adhesión de poetas jóvenes que vieron un maestro en el escritor nicaragüense. Constituían un grupo entusiasta, identificado con el movimiento de renovación que Darío representaba. Sus nombres dieron brillo a una generación de poetas argentinos: Leopoldo Díaz, Luis Berisso, Leopoldo Lugones, Ángel de Estrada, Alberto Ghiraldo, etc. En el Ateneo, las redacciones de diarios, cafés y cervecerías se escucharon las palabras renovadoras del maestro y la polémica encendida de los jóvenes que lo acompañaban.