Para Darío son "raros" los poetas señalados por el dedo de Dios, aquellos que por la excelsitud de su espíritu, tienen la facultad de trascender el mundo, la de apuntar más allá de las pequeneces de la realidad circundante, en búsqueda de una verdad esencial. Para Darío, el poeta posee "su verdad"; es el ser destinado por Dios para clamar la verdad en un mundo de falacia. Por esto si el poeta es auténtico, no puede condescender con el mundo circundante.
El disconformismo con el mundo falaz es la quintaesencia de la autenticidad del creador. Autenticidad no aparatosa: "el arte en silencio en el país del ruido", dice Darío al referirse a la obra de Camile Mauclair, e insiste en la humildad sublime del arte. Darío se siente consustanciado con Mauclair, que ha definido el arte como "silencioso apostolado, bella penitencia escogida por algunos seres". Autenticidad que se verifica en estas palabras: "He sentido la verdad en mí mismo".