El gobierno de Lula da Silva insiste en replicar el modelo de inserción internacional autonomista utilizado durante sus dos primeros mandatos y en consonancia busca “diversificar” los vínculos diplomáticos y redoblar la presencia de Brasil en el plano internacional para contrarrestar los efectos perniciosos generados por la política exterior aislacionista impulsada por el gobierno de Jair Bolsonaro. El problema es que el mundo actual es muy distinto con el que Lula tuvo que lidiar a comienzos del siglo XXI, una situación que el mandatario no parece haber tomado muy en cuenta y que lo ha llevado a adoptar posturas erráticas (como por ejemplo su propuesta de paz para terminar con la Guerra en Ucrania), que no contribuyen en lo más mínimo a ampliar el margen de acción internacional de Brasil, sino más bien lo contrario.