El lenguaje poético de Rubén Darío llamó la atención desde sus primeras obras. Incorporaba al castellano una imaginería nueva, una ampliación de alcances comparable a lo acaecido en los siglos áureos, cuando la lengua se enriquece con los tesoros de la cultura renacentista. Darío remueve el léxico y el campo semántico, los abre a una nueva dimensión: esto es lógico, ya que para el poeta la realidad no puede estar fuera del lenguaje. Pero lo insólito es el sentido de esta apertura, que lo emancipaba de su servidumbre realista secular para adaptarlo a una realidad transpositiva, capaz de revelar el universo como espectáculo, la aventura del mundo interior y la hermandad esencial de la poesía con el arte.