La actividad científica actual, desde su condición posmoderna (Lyotard, 1981), implica una heterogeneidad discursiva inusitada. La coexistencia de múltiples versiones del saber, lejos de ser la excepción, conforma la regla. Ya no puede considerarse al conocimiento científico como un conjunto de saberes acumulables, exactos, infalibles, objetivos y neutrales; sino que, por el contrario, lo incierto, lo disperso, lo paradójico y lo contrapuesto caracterizan a la ciencia de nuestros días, mostrando una multiplicidad de discursos que compiten entre sí, sin que ninguno pueda reclamar la legitimidad definitiva de su forma de mostrar el mundo.
En las denominadas Ciencias del Hombre, se ha hecho cada vez más evidente la complejidad de sus objetos epistémicos (Morin, 1994). Complejidad que resulta del agotamiento de las formas de hacer ciencia tal como han sido planteadas y consolidadas desde la modernidad en adelante.
Si es posible situar al paradigma cartesiano- newtoniano en los orígenes de la reificación y cuantificación de la naturaleza, hoy es posible aceptar un progresivo reencantamiento del mundo, según la expresión de Berman (1987), en donde lo previamente cosificado va consolidándose en su complejidad denegada.
Los actuales desarrollos en Metodología de la Investigación se apoyan en la crítica a la idea de un único método universal como manera de construir y validar los conocimientos científicos. En Psicología, de modo específico, abogamos por una pluralidad metódica, en tanto que admitimos la multiplicidad de caminos posibles para arribar a un conocimiento justificable sobre los objetos que cada orientación teórica construye para comprender la problemática realidad que aborda.