A partir de la propuesta del currículum de la nueva secundaria en la Provincia de Buenos Aires, la Literatura ha comenzado a ocupar el lugar que le corresponde en la enseñanza media, tras el letargo a la que se vio sometida después de las políticas educativas de los noventa cuando, como manifiesta Carolina Cuesta (2003) en el capítulo primero de su tesina, se había desplazado a la literatura “hacia un espacio de inespecificidad” en el que su estudio quedaba “reducido a la aplicación de modelos lingüísticos provenientes, en su mayoría, de las líneas comunicativas y lingüístico‐textuales o de ciertas concepciones sobre ‘el placer de la lectura’ que promueven una ‘resistencia a la teoría’ basada en la creencia de que este saberse presenta como obturador entre el texto literario y lectores”. Esto es: la literatura como objeto de estudio había pasado a un segundo plano, había perdido ‐por decirlo de alguna manera‐ “importancia” como saber escolar en sí mismo.