La comunicación es uno de los factores que está en la base de todo proceso de organización social pues es una de las instancias decisivas a través de las cuales se opera la constitución de la identidad individual y colectiva.
Poder comunicarse es “tener voz” en la comunidad, poder “decirse” a sí mismo, transmitir las propias experiencias y ser escuchados; es una puesta en común, una situación que implica no solo expresarse sino, fundamentalmente, sentir que se pertenece a una comunidad y que se es alguien en ella a través del reconocimiento y apropiación de un imaginario social compartido, pues “el sujeto deviene como tal en la trama relacional de la sociedad”.
En ese proceso de construcción de la subjetividad que se opera a través de la comunicación nos encontramos hoy en una instancia crítica en que, entre otras alteraciones, se han modificado o se han perdido las viejas formas de autentificación que se operaba a través de los relatos. En ese sentido, Arfuch señala que se ha producido una multiplicación y complejización de las narrativas a través de las cuales se producen los procesos identitarios. A esa modificación de los relatos debemos sumar el auge que ha adquirido en nuestra época otra modalidad discursiva también compleja: la argumentación.
A lo largo del proceso de investigación realizado, he dado cuenta tanto del valor de los relatos y de su multiplicidad (el testimonio y la confesión, entre otros) como de las estrategias argumentativas que el discurso periodístico pone en juego en la representación de los hechos, no solo con el fin de describir dichas retóricas sino para analizar la interacción y confrontación de lógicas discursivas que tienden a silenciar las voces de los actores sociales más desfavorecidos; para desocultar los procesos sociales que operan en la base de esos discursos y para establecer de qué modo éstos afectan los modos de constitución de la identidad.