Entre la mirada y lo invisible, entre lo dicho y lo callado, una grieta se ha ido formando. En su profundidad, un nuevo mundo, una nueva manera de percibirlo espera ser recogida: como un camino inverso al lugar donde las cosas fueron olvidadas, un reencuentro con lo que no ha llegado a destino. Allí, otra temporalidad se asienta. No la del mundo, de la rutina, no. Otra. Tal vez una cotidiana, quizás una entre aquello que no termina de derrumbarse y lo otro que no empieza a nacer. Allí, las palabras son testigos de todo acontecimiento pero al provenir de este mundo, no terminan por describirlo. Allí, las imágenes retratan cada parte, cada rincón, todo lo que los ojos pueden ver pero los silencios todavía habitan cada atardecer.
Hay, en la capacidad de relacionar las palabras y las imágenes, una forma de ver el mundo. Lo que la fotografía no puede retratar, la incapacidad de la palabra ante la inmensidad, hace necesario una nueva unión. Este vínculo busca representar aquello que no se ve en las palabras, los silencios de las imágenes. En ello, el mundo, la inmensidad, una determinada forma de relacionarnos entre las personas y con las cosas, oculta vestigios de otras temporalidades: las que no responden a las demandas de otras latitudes, las que la historia ha empeñado en borrar, las ocultas debajo de toda huella, otras. En lo cotidiano, en aquello que no termina por ser rutina, entre lo ideal y lo real, otras formas emergen a cada instante. Esto es lo que se propone este libro.
Una unidad entre la fotografía y la escritura que tome como tarea interpretar lo actual. Una mirada -crítica- sobre lo que sucede a nuestro alrededor, lo que aparenta la realidad, en un tipo de relación entre el arte y el presente. Esta forma sólo es posible en el vínculo entre estas dos formas: las palabras y las imágenes. No es una, no es la otra, es la grieta que se forma entre ambas. Es allí donde lo contingente se asienta.