La producción hortícola acompaña a la ciudad de La Plata desde los tiempos de su fundación. Es que precisamente, con el nacimiento de la nueva capital de la provincia de Buenos Aires, buena parte de su territorio circundante se transforma en un proveedor de alimentos para una ciudad que muchos veían como un ejemplo urbanístico.
Su trazado geométrico y regular, con sus diagonales, plazas y grandes avenidas, avanza sobre el territorio vecino con un dibujo que lo imita, pero al que le reservan otro destino; ya no son solares para la residencia o las dependencias públicas. Su suerte será la de proveerla de hortalizas frescas.Y más allá, la intención es otra: no serán verduras, sino que leche fresca y frutales se producirán para abastecer a su creciente población. O sea que desde hace más de un siglo, estas tierras tienen su destino marcado, el de producir alimentos para la nueva capital.Y así lo asumen.
La Plata: casco urbano y ejido. En el plano se distinguen las áreas reservadas para la producción de quintas, y chacras, las más alejadas.También hacia el RÌo de La Plata puede observarse el espacio destinado a la creación del Puerto La Plata y en el otro sentido, junto al casco urbano, los terrenos reservados para los hornos de ladrillos.
Dicen en la época los partes oficiales: “Y esos solares, quintas y chacras se fueron ocupando: la población crecía, la producción también. Así nace la horticultura local. De esta manera, propietarios, aparceros y peones pasan a ocupar esas tierras y ofrecer sus mejores frutos a una comunidad que progresa rápidamente.
Son fundamentalmente inmigrantes italianos, españoles, portugueses –en menor número– los que pueblan esos predios. Más avanzado el siglo XX, aquellos que provienen del norte del país o bien del lejano Japón o la cercana Bolivia se suman para producir hortalizas –así como flores– en las quintas y jardines que rodean a la ciudad capital. Nace así el quintero, y así se construye, con el tiempo y el esfuerzo de esas familias, una forma de producir y muchos de los cultivos que caracterizaran esa forma y esta región.
Entonces, cuando hoy hablamos de tomate, hablamos de tomate platense; y si de alcaucil se trata, hablaremos de alcaucil ñato, blanco o violeta; el apio será apio fajado y el brócoli, Italiano o criollo, etc. etc. Son algo así como una docena las hortalizas típicas locales localizadas en nuestra región; todas producto de una cultura que se construye alrededor de la producción, el comercio y el consumo y que representa, en un sentido amplio, a nuestra comunidad. Son todos productos culturales, donde se conjugan el saber hacer de los productores y el gusto por el sabor de los consumidores.
Los autores buscamos que este libro sirva de reconocimiento a esa cultura y que, expresada en aquellos cultivos que atravesaron la historia, la comunidad conozca –y los reconozca– en los espacios de la producción y el consumo. Es el medio que encontramos de atravesar el tiempo y garantizar su conservación.