El mundo virtual que prometía mejorar las comuncaciones entre los individuos, acaba formando una sociedad solipsista. Una tecnología que claramente facilita y acelera los contactos, paradójicamente inhibe el diálogo. En consecuencia, las calles se llenan de zombies, los colectivos y trenes de sonámbulos, las plazas y los parques de solitarios. ¿Pero sólo es eso? ¿Cómo es que las pantallas ya saben lo que estoy buscando? Es evidente, entonces, que además estamos siendo vigilados. ¿Por quién? ¿Para qué? Por supuesto que esto tampoco es nuevo, la modernidad, ya sabemos gracias a Foucault, había erigido sobre nosotros otros centros de vigilancia, otros encierros: la familia, la escuela, la fábrica; pero eran instituciones que en general apreciábamos y de algún modo habíamos hecho nuestras (por supuesto como parte de unos “aparatos ideológicos”), aunque por momentos buscáramos estar solos, escabullirnos en ciertos rincones o incluso rechazarlas. Sin embargo, cuando levantamos los ojos de las pantallas de nuestro celular, ¿podremos encontrar ese rincón donde ocultarnos, esa exterioridad a la que salir? Difícil.