El sistema productivo agropecuario argentino de carácter extensivo ha experimentado en los últimos veinte años, un cambio en el proceso de mecanización de implantación de los cultivos para granos y forrajes. La siembra directa, la maquinaria cada vez de mayor peso, el tránsito en condiciones de suelo húmedo, la falta de rotación de cultivos, el alto contenido de limo en algunos suelos y el bajo porcentaje de materia orgánica del horizonte superficial del suelo, generan un aumento en la compactación superficial y sub-superficial del mismo (Elisei et al., 2012).
Si bien los suelos bajo sistemas de no labranza ofrecen una mayor capacidad portante (Domínguez et al., 2000) que reduce los procesos de compactación por el tránsito de vehículos, la ausencia de labranzas implica que no existan acciones que permitan atemperar sus efectos, principalmente a nivel subsuperficial, por lo cual se convierte en un proceso acumulativo (Claverie & Balbuena, 2005).