Las revoluciones científicas caracterizan el siglo presente en todas las ramas del saber humano, y destruyendo con su empuje invencible todos los obstáculos que en siglos pasados se opusieron á su marcha, la ciencia hace doblar la cerviz á la superstición y al empirismo, avanzando triunfante hacia una perfección mayor y marcando implacable, al error, el camino de la completa desaparición.
La medicina de los animales domésticos, que en nuestro país constituyen una de las fuentes de riqueza, obedeciendo á esta ley irresistible de progreso, fué erigida en ciencia también, y luchando siempre, con la indiferencia, el desprecio y la rutina, ha llegado á colocarse á la altura de la medicina del hombre, siendo muchas veces para esta, la fuente de conocimientos, sobre todo en lo que se relaciona con el terrible grupo de enfermedades contagiosas.
En nuestro país, la medicina veterinaria recien, puede decirse, empieza á conocerse como ciencia, recien empieza á luchar con el error y el empirismo, que tanto tiempo han dominado y dominan aún, y también debe sufrir grandes reformas en sus métodos de curación al aplicarse con la estensión que requieren nuestros numerosos ganados, constituyendo una medicina especial y eminentemente nacional, pues, como ha dicho el ilustrado Dr. Roberto Wernicke, hay que tener en cuenta que aquí no se trata, como en Europa, de curar un caso aislado y accesible, sino cientos de casos más ó menos salvajes.
Al presentar ante la Facultad este trabajo como última prueba de alumno, he creído un deber tomar como tema la profesión que ejerceré en lo futuro, y reuniendo mi voz á la de los sacerdotes de la ciencia, propender con mis pobres esfuerzos á disipar las creencias erróneas que en la República Argentina se tienen respecto de los Médicos Veterinarios, y demostrar que la Medicina Veterinaria no es un arte empírico de curar animales, sino una ciencia elevada cuyo rol es importante en el desarrollo de la riqueza, y que constituye un auxiliar poderoso en la conservación de la higiene pública.