La década de 1990 ha asistido al triunfo del paradigma globalizador, entendido desde un enfoque económico sobre cuatro bases: la liberación de los mercados comerciales, la desregulación, movilidad e innovación financiera, la homogeneización del pensamiento que conduce al “pensamiento único” y el cambio tecnológico, sobre todo en materia de comunicaciones, muy particularmente en telecomunicaciones y tecnología de la información en general.
Sin embargo, preferimos utilizar el término “globalización” para designar al complejo de ideas que se integran en una particular “concepción del mundo”, y circunscribir una parte de ésta al proceso económico que da cuenta de las nuevas formas que está asumiendo la acumulación capitalista, denominada “mundialización”.
La mundialización de la economía capitalista supone que hay una profundización de la interrelación de las economías, por vía de las corrientes de comercio, bienes y servicios, flujos de capital e inversión extranjera directa, en un marco de creciente predominio de las corporaciones transnacionales en el control de estas operatorias. En tanto la globalización, como perspectiva ideológica, impulsa, por parte de los países en desarrollo, la aplicación de políticas tendientes a que sus políticas económicas se ajusten a estas realidades de la mundialización, cuestión que se traduce en demandas por la apertura, la desregulación y la eliminación de trabas al ingreso de bienes, servicios, movimiento de capitales y transferencia de tecnología, asociados a profundos cambios en la naturaleza y las relaciones entre sociedad y Estado.
Dentro de este proceso se produjo un resurgimiento del interés por la integración regional.
El motivo esencial parece ser la búsqueda de herramientas de política adicionales que permitan lograr una inserción exitosa de los países en una economía mundial cada vez más globalizada y competitiva e intentar un desarrollo integral de los pueblos (con los matices propios de cada proceso).