El poemario constata las distintas variaciones del Odio cósmico, tal como definían los Manos a los Ellos en El Eternauta (1959) de Oesterheld y Solano López. Sin embargo, lejos está de ofrecer una lectura tranquilizadora, concretizando un “nosotros” para pensar esa otredad. La identidad también es ese riesgo de hybris que señalan el soldado nazi y el soviético desde la tapa, casi como espejos. La complejidad en el abordaje de la relación víctima-victimario hace de este, quizás, el libro más borgeano de Axat. En El hombre que odiaba a los perros, simulacro de la pésima novela de Padura, leemos que “Dios y el Diablo son la misma persona”. Incluso, podemos pensar la & del kierkegaardiano título, –que remite y homenajea a otro peregrino, Mario Santiago Papasquiaro– como parodia de la imposibilidad de estabilizar la frase binominal.