Una caja con cenizas. Ahí adentro hay una madre. Un libro con hojas. Acá adentro habita la historia de una hija que trata de buscar el certificado que ratifique algo tan difícil de medir como el amor. O quizás todo sea más sencillo, salvo que siempre, los sentimientos se cuentan con palabras. Sonia García suelta palabras, “palabras como nudos atadas a la altura de la panza”, palabras grandes, procaces, palabras sin palabras, palabras fuertes, palabras asociadas al mar, palabras inventadas. Así nace el término insilio. Un viaje interno, al interior de nuestros propios infiernos, al interior de la provincia de Buenos Aires, al interior de los recuerdos, al interior de la tierra donde se deposita la urna con las cenizas.
Sonia sabe contar, porque no hay escena que no tenga tensión, pero no la tensión narrativa más ramplona, la que se consigue con el uso de efectivas herramientas retóricas, sino la tensión del ego, la que crece en la necesidad de reconocimiento, la que se mira en ese espejo interpelativo que suelen diseñar –consciente o inconscientemente– los padres.
Ulises Cremonte