Cuando hablamos de islamofobia hay dos conceptos en juego: el islam y la fobia. Por un lado, el islam es una religión monoteísta abrahámica basada en el Corán (su libro sagrado), cuyos fieles creen en Alá y su profeta Mahoma. Por otro lado, la fobia refiere a un “miedo irracional”. Según el Consejo de Europa, el término islamofobia es el “temor o los prejuicios hacia el islam, los musulmanes y todo lo relacionado con ellos” que puede manifestarse a través del racismo o discriminación (Ramberg, 2004, p.6). Este “miedo” al islam y los estereotipos que se generan en torno a ello influye en la creación de leyes y políticas públicas francesas, como, por ejemplo, la prohibición del velo islámico en universidades, el uso del burkini en las playas, entre otras (Observatorio de la Islamofobia en los Medios, n.d.). En este marco, en los últimos años se registró un aumento de islamofobia en Francia. Según un estudio del Pew Research Center del 2018, se trata de uno de los países con mayor población musulmana en Europa Occidental, con un estimado del 8,8% (cerca de 5 millones de personas) y se pronostica que estas cifras se incrementarán en las próximas décadas. Además, el islam es la segunda religión más profesada en Francia después del cristianismo (Chaouch, 2021). Los diversos atentados terroristas, las políticas gubernamentales dirigidas a la población musulmana y su dificultosa integración social, política y cultural han hecho que se constituya un fenómeno de la política internacional contemporánea cada vez más complejo.