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Esta investigación se propone recobrar para la historia de la literatura, de la cultura y de las ideas argentinas, la Obra Cautiva del pensador nacionalista Raúl Scalabrini Ortiz (1898-1959). Se trata de un vasto corpus literario y periodístico de comienzos, relegado por las múltiples lecturas que de su producción se hicieron en nuestro país desde la década de 1960 a la actualidad. Las mismas se centraron en la obra historiográfica, que lo justipreció como una de las figuras centrales para abordar el estudio del nacionalismo y del revisionismo histórico en la década de 1930, y luego, para comprender gran parte de los presupuestos ideológicos del justicialismo. Quiero decir que, aunque Scalabrini Ortiz haya ingresado en la historia cultural de nuestro país por sus trabajos de carácter histórico y económico, como el descubridor de los mecanismos de sumisión de la Argentina al imperialismo británico, su obra es mucho más vasta: escribió cuentos, poesía, teatro, crónicas, crítica literaria y ensayo. Más de la mitad de su obra se compone de textos publicados en la prensa periódica masiva y en revistas de circulación más restringida. Este sector importante de su producción, que contribuye a comprender una etapa fundamental de su formación intelectual, estética y política, a definir algunos contornos difusos y a esclarecer en definitiva su obra, continúa dispersa, inédita, totalmente ignorada. Su omisión es notable. Considero que este desinterés por parte de la crítica, ha afectado no sólo la valoración integral de su figura, sino su propio aporte a un período central de la literatura y de la cultura nacional. Durante las décadas del veinte y del treinta, en el contexto de profesionalización creciente del escritor, Scalabrini Ortiz, que había estado vinculado a las vanguardias de los años veinte y que gozaba ya de cierto reconocimiento en el circuito literario, participó en diarios y revistas como escritor periodista, experiencia que lo conectó con un público masivo y lo proyectó a un lugar de privilegio y fuerte visibilidad pública. Y que, a la par, fue umbral de su obra édita en libro. Tres causalidades me decidieron a acometer la tarea de exhumación y estudio de este conjunto de textos desconocidos. En primer lugar, mi admiración por el autor, sobre el que había escrito poco –un único trabajo sobre El hombre que está solo y espera (1931)– y hablado mucho, en numerosas conferencias sobre sus aportes al ideario del nacionalismo argentino. En segundo lugar, más de quince años de enseñanza de Literatura Argentina en la Universidad Nacional de La Plata, habían consolidado mi convicción, de que era necesario restituirlo como un capítulo significativo en la historia literaria nacional, en la que permanecía postergado o, lisa y llanamente, omitido. Y por último, tenía una deuda personal con su nombre. Lo había esgrimido, años atrás, como santo y seña para la creación del “Programa de Estudios de Política y Sociedad Raúl Scalabrini Ortiz”, en la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Más, mi propia voluntad por contribuir a saldarla, la hacía extensiva de algún modo a todos los “argentinos en esperanza”, de los que hablara su amigo Leopoldo Marechal en el Adán Buenosayres (1948). Argentina permanece en deuda con este prohombre, lo sepa o no. Por tanto, el punto de partida de la investigación, fue un arduo y paciente trabajo de búsqueda y acopio del material publicado por Scalabrini en un período de catorce años, comprendido entre 1920 y 1934. El interés por encontrar materiales inhallables resultó, por momentos, un rompecabezas de piezas desencajadas. No contaba con ninguna guía bibliográfica que detallase la producción del autor en esos años, y que fuese un auxilio en el rastreo de las notas periodísticas publicadas en los distintos medios. A lo que se añadía, un puñado de referencias sobre posibles colaboraciones sin firma, que debía develar con mucho celo y con resultados no siempre felices. Examiné así una variedad muy amplia de medios de prensa. Frecuenté por años las páginas amarillentas de viejos periódicos, semanarios y revistas literarias, culturales y políticas, muchos de ellos de efímera existencia y difíciles de consulta, no ya por el lector común, sino por el investigador especializado, debido al estado lamentable de muchos de los archivos públicos que debieran preservar la memoria documental de los argentinos. Tras la tarea de recopilación, inicié la de organización y datación del material, con el objeto de confeccionar un inventario –hasta el momento inexistente– que estableciera una cronología precisa de sus escritos “cautivos”, no recogidos en libro, ni incluidos en las bibliografías del autor. Junto a los textos de prensa, recuperé algunos cuentos y poemas inéditos, y un prolífico conjunto de artículos de crítica literaria e intervenciones en polémicas relevantes del período. Debo admitir que, como lectora de la obra madura de Scalabrini, debí evitar la tentación metodológica tan generalizada de clasificar en estadios de fases sucesivas la obra del autor. Los escasos estudios críticos sobre su producción juvenil, la describen como prolegómeno de un proyecto que alcanzó su verdadero vigor ulteriormente. (Bares: 1961; Chávez: 1998; Falcoff: 1972; Galasso: 1970; Galasso: 1998; Jara: 2009; Lindstrom: 1985; Pesce: 2003; Romano: 1990; Trípoli: 1949; Trípoli: 2009; Williams: 2015) Por ese motivo, no encaré el estudio de la Obra Cautiva con el objeto de describir el camino por el que Scalabrini Ortiz llegó a ser lo que más tarde fue, “corriendo el peligro de caer en la trampa de la ilusión retrospectiva de una coherencia reconstruida” (Bourdieu: 1995, 319), existente únicamente en el deseo del investigador cuando imagina a “un autor” y “su obra” como una unidad estática, que responde a una identidad y una poética siempre iguales y sin fisuras, que el escritor asume de una vez para siempre. Más bien, pensé la noción de autor como una categoría en movimiento, que va a producir diferentes modalidades en Scalabrini. En las décadas de 1920 y 1930, uno de los cambios que produjo la cultura, consistió en una diversificación de la idea sobre lo que era un escritor que, en consecuencia, comenzó a remitir a condensaciones de sentido diferentes en su comunidad de pertenencia. En este espacio, los trabajadores de la cultura disputaron el derecho a llamarse escritores y, como veremos, elaboraron respuestas diversas, heterogéneas y novedosas. En el mismo sentido, no traté de mostrar que Scalabrini atravesó un período ligado a la literatura y al periodismo, que luego habría sido “superado” y/o reemplazado por su obra madura como la “auténtica”, en términos de “superación” de la escritura juvenil. Me negué a transformar la Obra Cautiva en mero antecedente o borrador de lo que vino después. Quise explicar, por el contrario, los rasgos de esa escritura y los modos en que Scalabrini construyó una firma de escritor con gran legitimidad, cuando la Argentina transitaba las primeras décadas del siglo XX. Esta explicación me permitió comprender, no sólo su particular desplazamiento por el espacio cultural, literario y político, sino que además pude observar los intereses, dilemas, elecciones y contradicciones, a partir de los cuales logró ocupar sus distintas posiciones como escritor, interrogando en el conjunto de su escritura literaria y periodística, la configuración de ese proceso. Sin lugar a dudas, para percibir la “voz entera” de Scalabrini, era preciso recomponer las facetas medulares de su trayectoria inicial de escritor y cronista, para restituirlas a su obra madura y para comenzar a leerlas dentro de su contexto más significativo. Joven multifacético: fue agrimensor, manejaba con habilidad teodolitos y aparatos de mensura. Campeón nacional de box. Director de la galería de arte “Salón Florida”. Escritor de ficción –autor teatral, poeta y cuentista–. Fecundo periodista. Polemista cultural. Crítico de teatro y de literatura. Traductor. Ensayista. Vocal de la Sociedad Argentina de Escritores. Si bien no resulta sencillo encuadrarlo en alguna de estas tantas actividades, predominó en esta etapa la del periodismo. A este fin desean contribuir las páginas que siguen, destinadas a salvar del olvido centenares de textos perdidos en las páginas perecederas de diarios y revistas, muchos de ellos en ejemplares únicos que hemos librado del peligro de una pérdida irreparable. Por último, ambiciono contribuir con la Obra Cautiva a una futura edición de la obra completa del autor.