En este relato, la narradora describe su experiencia en la selva, un lugar lleno de sonidos y movimientos de la naturaleza: el río enfurecido, las serpientes agitadas, el canto de las chicharras y la presencia de insectos. Se siente profundamente conectada con el entorno, hasta el punto de poder transformarse en cualquier ser que habita la selva, ya sea un tucán, un yaguareté o incluso la luna reflejada en la cascada. Esta transformación no implica convertirse en esos seres, sino empatizar con ellos, adoptando su esencia y su fuerza.Sin embargo, también experimenta un sentimiento de miedo cuando piensa en los hombres y sus máquinas, que amenazan con destruir el corazón de la naturaleza. Esta amenaza la lleva a sentir una vulnerabilidad en medio de su conexión con el mundo natural. Al final, encuentra consuelo y calma al colocar sus manos en la corteza de un árbol, sintiendo su latido como el de la selva misma, un recordatorio de que, a pesar del peligro, la conexión con la tierra sigue siendo una fuente de fuerza y esperanza.Refleja tanto la belleza y la fuerza de la selva como el temor ante la destrucción humana, mostrando una profunda empatía por la naturaleza y una reflexión sobre su fragilidad frente a la intervención humana.