Aprender a cantar implica un trabajo de luthería: la construcción de un cuerpo vocal. Aquí se moldea lo que se puede "tener" de la voz. Sin embargo, en este proceso interviene algo más que una simple vibración; la voz, como vehículo del lenguaje, está cargada de significación. Podríamos afirmar que más que poseer una voz, se "es" una voz. Esta cualidad intrínsecamente corporal del canto plantea un problema: nadie puede escuchar su propia voz.
La escucha, condicionada por la autopercepción del sujeto, requiere un acto de desdoblamiento. En el canto, se articula un doble sentido de significación; como vehículo de lo sonoro y del lenguaje, constituye una configuración metafórica que atraviesa la semántica y revela el misterio del cuerpo que habla.
La voz audible externa, ya sea cantada o hablada, siempre estará interpelada por la voz interior y viceversa. La construcción de sentido que el sujeto desarrolle sobre su propia voz audible siempre estará influenciada por su mundo simbólico interno y su continua creación de significantes. El sujeto no puede escuchar lo que suena; solo puede reconstruir una interpretación de aquello que ha sonado. Este sonido, modulado por la experiencia, sugiere un paisaje interior que se proyecta en su decir hacia su propia constitución. ¿Cuál es el cuerpo de la voz y qué metáforas revelan su misterio?