Un tema de fe. En varias oportunidades a lo largo de la confección de este TIF se puso en duda el por qué desarrollar un catálogo de fanzines. Inclusive en algún momento de extravío en la escritura, el por qué publicar –a secas– amaneció como pregunta; es decir, por qué hacer proyectos editoriales impresos cuando las formas de leer contemporáneas son bien distintas. Si nos detenemos brevemente en las prácticas de lectura y escritura que ejercemos diariamente, el soporte libro –y el fanzine– no aparece en nuestros itinerarios de una manera tan recurrente como otros dispositivos. ¿Por qué insistir entonces con códices en la era de las app? Pero no, no estamos ante otro pronóstico sobre la inminente desaparición del libro, sino ante un humilde alegato a favor de continuar haciendo libros –y fanzines–. Sí, a veces la fe es esquiva, nos pone a prueba, o simplemente nos abandona ante las desorbitantes cifras de usuarios que detentan Google, Amazon, Meta, etc., plataformas con propuestas de lectura breves y fragmentadas. Lo sabemos, es cada vez más alta la cuota de altruismo necesaria para editar volúmenes extensos ante el creciente déficit de atención provocado por el multitasking: lo que se gana en extensión se pierde en intensidad y enfoque. Pero fundamentalmente, lo que preocupa a la hora de editar –más allá de las transformaciones estructurales en las formas de dar a leer y de leer, y de las consecuencias que aún se prefiguran– es la precarización integral de la vida, fenómeno que nos obliga a depositar la absoluta mayoría de nuestra fuerza vital en actividades destinadas a la mera supervivencia. Entonces, ¿cuánto y cuándo leer?