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La obesidad es una enfermedad crónica compleja en la que la grasa corporal anormal o excesiva perjudica la salud, aumenta el riesgo de complicaciones médicas a largo plazo y reduce la esperanza de vida (Wharton et al., 2020). La prevalencia de obesidad se ha incrementado mundialmente en los últimos 50 años alcanzando niveles Pandémicos (Blüher, 2019). Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el año 2016 la prevalencia de obesidad había triplicado los valores observados en 1975, mientras que las previsiones para 2030, indican que 1 de cada 5 mujeres y 1 de cada 7 hombres vivirán con obesidad, lo que equivale a más de mil millones de personas en todo el mundo (Barata Cavalcanti et al., 2022). En nuestro país, en 2018, el exceso de peso (sumatoria de sobrepeso y obesidad) alcanzó el 61,6% según la cuarta Encuesta Nacional de Factores de Riesgo (ENFR), observándose un aumento significativo en comparación al año 2013. Por su parte, el Atlas de Obesidad mundial publicado en 2022, señaló que nuestro país estará entre los 20 países con más obesidad para 2030 (Barata Cavalcanti et al., 2022) La pandemia de obesidad representa un desafío para la salud en el sentido que incrementa sustancialmente el riesgo de desarrollar enfermedades tales como diabetes tipo 2, hígado graso, hipertensión arterial, infarto agudo de miocardio, enfermedad cerebrovascular, demencia, osteoartritis, apnea obstructiva de sueño y varios tipos de cáncer, contribuyendo así en una desmejora significativa de la calidad y de la expectativa de vida (Blüher, 2019). Pero además, las personas con obesidad experimentan un estigma y un sesgo generalizado sobre su peso, lo que también contribuye a una mayor morbilidad y mortalidad (Wharton et al., 2020). Se entiende que la obesidad es consecuencia de un desequilibrio energético en el que la ingesta de energía que excede el gasto de energía (Romieu et al., 2017; Blüher, 2019). Si bien esta cuestión parece simple, lo intrincado es tratar de dilucidar qué factores conducen a tal desequilibrio. En este sentido, la concepción actual de la obesidad, considera a esta como una patología etiológicamente compleja, que incluye la combinación e interacción de factores genéticos, metabólicos, hormonales, psicológicos, conductuales, ambientales, económicos y sociales (Hall, Guyenet, Leibel, 2018; Wharton et al., 2020). Puntualmente, los factores genéticos nos permiten comprender las diferencias en la susceptibilidad interindividual para desarrollar obesidad. Al respecto, se han descripto más de 100 genes que pueden intervenir en la regulación del peso corporal (Hinney, Vogel, & Hebebrand, 2010). Estas variantes han sido identificadas durante las últimas décadas a partir de estudios de asociación de genes candidatos, estudios de ligamento del genoma completo (genoma-wide likage scan, GLWS) y estudios de asociación de genoma completo (genoma-wide association study, GWAS) (Rubio, Ballesteros, Sánchez-Pernaute, & Torres, 2015). Justamente, uno de los genes asociados a la obesidad es el gen CLOCK (Circadian Locomotor Output Cycles Kaput), y dentro de este, el polimorfismo de un solo nucleótido (SNP) más estudiado es el rs1801260, también denominado CLOCK 3111 T>C (Valladares, Obregón, & Chaput, 2015). La variante de riesgo C para este SNP no solo se asocia a un mayor riesgo de desarrollar obesidad, sino también a la resistencia a la pérdida de peso, a un patrón de descanso inadecuado, (Garaulet et al., 2011), a un cronotipo de tipo vespertino y a mayores concentraciones de ghrelina (Garaulet et al., 2012). Desde el punto de vista de las preferencias alimentarias se ha observado que los portadores del SNP de riesgo poseen una tendencia a una mayor ingesta de energía, así como de carbohidratos y grasas (Rahati et al., 2021). La frecuencia a nivel global para los portadores de este SNP es de 23%, y si tomamos como referencia a la población europea la misma asciende a 30,5%. A la fecha, en nuestro país no existen estudios que hayan determinado la frecuencia del alelo de riesgo para CLOCK rs1801260, así como tampoco estudios que hayan explorado la relación de este SNP con los diferentes cronotipos, la composición corporal, ni con diferentes preferencias alimentarias. Al mismo tiempo, tampoco se han descripto posibles interacciones gen*nutriente para este polimorfismo. El conocimiento de estas cuestiones permitiría un abordaje mucho más personalizado de los pacientes según su genotipo, pudiendo enfatizar sobre aquellas cuestiones alimentarias, conductuales y cronobiológicas más problemáticas, permitiendo de esta manera la construcción de modelos de prevención y/o tratamientos mucho más efectivos.