Las imágenes pueden pensarse como medios de producción, como planteaban los surrealistas, como la liberación multiplicante de puntos de visión y solubilidad de fronteras. Parto de considerar a las imágenes no como objetos visuales, sino como formaciones sensibles complejas con un grado intenso de autonomía en relación a lo que se ha asentado como realidad. Pienso que además la imagen es capaz de contagiar algo de su propia otredad radical a ciertos sujetos que conectan con ellas de formas ardorosas e inexplicables. La presente tesis doctoral considera que los vínculos que sostenemos con las imágenes son erótico-afectivos, las imágenes son parte de nuestra historia y de nuestra materia, incluso parte central de aquella materia que aún no ha sido realizada. Hay un poder de la imagen, su capacidad de abrir o cerrar una experiencia, que dialoga con nuestra potencia como espectadores en relaciones de cercanía, inmersión y solapamiento. Justamente lo que veo en estas lógicas de relación es el desarreglo radical de las posiciones sujeto-objeto, real-irreal, tangible-intangible; donde la imagen opera menos como un objeto visual estable, que como un colaborador en el mundo de las mutaciones, donde el erotismo, la pasión y principalmente el deseo de diferencia aparecen como una fuerza transversal. La hipótesis de este trabajo es justamente el pensar cómo la imagen puede oficiar como una vía de iniciación a procesos de autonomía erótica y corporal. Sin embargo, no se trata sólo de lo que las imágenes nos hacen, sino de cómo podemos servirnos de las imágenes arrimarnos a formas de materialización y encarnación que aún no han existen, para materializar nuestra propia diferencia en el mundo, más allá de un presente o de una historia que nos vuelve impronunciables.