Tal como hemos visto en capítulos anteriores, la semilla es el óvulo fecundado y maduro y está contenido en el fruto (el cual deriva del ovario en el caso de las Angiospermas; no así en las Gimnospermas en las cuales las semillas no están contenidas en un fruto). Retomando lo que vimos en capítulos anteriores, recordemos que dentro del óvulo se desarrolla el saco embrionario el cual contendrá diversas células, entre ellas la gameta femenina (oósfera). Ésta, al fusionarse con uno de los núcleos espermáticos (proveniente del grano de polen) formará un cigoto, el cual por divisiones celulares y diferenciación formará un embrión. Así se reestablece la condición diploide (número 2n de cromosomas: recordar que las gametas son haploides (n) en el ciclo de vida de la planta). Ya tenemos entonces una de las partes fundamentales de la futura semilla: el embrión (el cual podrá en su momento originar una nueva planta a través de la germinación y el establecimiento de la plántula. Otra parte fundamental de la semilla es el tejido de reserva. Recordemos que inicialmente la plántula será heterotrófica (es decir, obtendrá su energía de compuestos orgánicos almacenados, y los degradará en el proceso respiratorio que ocurre en las mitocondrias) hasta que se formen sus hojas verdes que la conviertan en un organismo autotrófico mediante fotosíntesis.
El tercer componente de la semilla es la cubierta o testa seminal, que la protege, y en ciertos casos que veremos más adelante, puede inhibir la germinación.