Si el intento de caracterizar conceptualmente una época por la extensión de un rasgo o peculiaridad dominante y aglutinador que sobresaliera respecto de otros igualmente significativos es riesgoso, tanto más incierto resulta el esfuerzo por comprender nuestro propio tiempo histórico.
Carentes de perspectiva nos aventuramos a etiquetar aquel momento que nos involucra.
Aun así la tarea parece irrenunciable.