No puedo ni siquiera vislumbrar cuál habrá de ser la función de los intelectuales y de los artistas en la sociedad con la que sueño desde hace décadas: una sociedad justa, donde todos los hombres tengan las mismas posibilidades y las mismas herramientas para desarrollarlas. Es decir, en principio, aquélla en la que la riqueza material y la justicia estén distribuidas equitativamente.
Pero sí creo que puedo reflexionar sobre esa función en esta sociedad que nos toca vivir hoy, inequitativa e injusta, en la que abundan los privilegios de los que más tienen por sobre las necesidades de los que tienen poco o nada. Particularmente, en la sociedad de nuestra Argentina en la que se producen alimentos para alimentar a más de trescientos millones de personas por año y muchas mueren de hambre (casi tres mil anualmente), día a día, a poco de nacer, dentro de nuestras fronteras, tan cerca nuestro (es así, aunque no nos guste y estemos bien adiestrados en mirar para otro lado).