Una mañana de agosto recibí un cálido e-mail del actual Jefe de Departamento de Música –y viejo compañero de estudios– de mi querida Facultad, Alejandro Polemann. En él me invitaba a participar en el proyecto de esta revista. La idea me pareció fantástica. Debo confesar que nunca antes había escrito acerca de mis experiencias personales, pero sentí que quizás podía acercar algún dato, anécdota o información que pudiera ser útil para alguien.