Lo que he dado en llamar “hechizo de la lectura” se funda a partir de la idea de signo en la semiótica de Peirce. Donde un signo es “algo (el representamen) que está en alguna medida de algo (fundamento) para alguien (participante), (y que crea en él un signo más complejo)” (Redondo Domínguez, 2006: 126). En un sentido sencillo y prácticamente reductivo, si analizamos lo que implicaría un proceso de lectura e interpretación, diríamos. El signo texto está en alguna medida de la realidad objetiva (tal como lo define Kant [3]) para el lector y crea en el otros signos más complejos. En este proceso de interpretación, hay una realidad objetiva que es actualizada a través del texto por el lector, así se interpretaría cualquier texto sea de ficción o no. Al adquirirse un sentido de lo que se lee, intervienen una serie de procesos tanto externos como internos que llevarían la interpretación en una u otra dirección.
En tanto la lectura sea actualizada a través de un mayor componente emocional, en los casos donde la experiencia de lectura se relaciona a través del elemento de placer (no goce) con el lector, habrá un refuerzo emocional de la actividad misma de leer, que estimularía la repetición del acto de lectura.