La sociedad del conocimiento provoca una demanda creciente sobre las instituciones de educación superior y además modifica las características demográficas de los demandantes. La dispersión geográfica, una población más adulta y una mayor proporción de estudiantes que deben trabajar al mismo tiempo que completan o actualizan su educación superior, caracteriza (o caracterizará próximamente) a esta demanda. Dichos rasgos exigen una modalidad educativa que brinde mayor flexibilidad respecto de los lugares y tiempos de aprendizaje. Tal modalidad es la denominada no presencial. No obstante, los beneficios por ella aportados no dejan de estar acompañados de algunas dificultades -barreras percibidas por los distintos actores-, cuyo desconocimiento puede llevar al fracaso de los proyectos que pretendan aplicarla.
El presente trabajo resume y discute algunas de las clasificaciones propuestas para las barreras, analiza los puntos de vista tenidos en cuenta en su construcción, y destaca la importancia de considerar alguna de las clasificaciones (o establecer una adecuada a nuestra realidad económica, social e institucional) antes de iniciar cualquier proyecto de educación no presencial.