“El fracaso escolar en España afecta al 30% de estudiantes de Secundaria; en primaria la tasa es menor en todo el territorio español”. Éste, en concreto, es uno de los titulares que aparecen en El Periódico de Aragón (16.11.04), pero que no es más que una muestra de la proyección de la noticia a nivel nacional por todos los medios de comunicación, que vienen a hacerse eco del informe publicado por la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico de la U.E. Además, otros informes, como el del Instituto Nacional de Calidad y Evaluación, ponen de relieve que cerca de la tercera parte de los alumnos adolescentes, estudiantes de ESO, obtienen deficientes calificaciones y apuntan que España supera en seis puntos a la media europea en relación al bajo rendimiento académico de algunos estudiantes. En Europa, sólo Portugal, Italia y Grecia nos supera (Informe PISA –Programme For International Student Assesment-), y desde luego estamos muy lejos del 7% que existe en Suecia.
El problema es de una enorme dimensión y debería calar hondo en todas las esferas sociales. Sólo desde una aproximación multidisciplinar puede localizarse su origen y acotar posibles soluciones. Desde este punto de vista, familia, escuela y sociedad han de tener en cuenta los cambios que sufre actualmente la configuración de la población escolar, su diversidad cultural y situacional, hacer frente al creciente absentismo en las aulas y dejar de considerar como vagos o tontos a los alumnos con dificultades.