El afán de rebajar la muerte de necesidad a contingencia no se le escapa a Sigmund Freud en un escrito de 1915 donde se puede leer la atmósfera propia de los meses posteriores al estallido de la primera guerra mundial. Allí sostiene con argumentos: a la idea de la muerte concebible como algo natural, incontrastable e inevitable, se opone una “actitud frente a la muerte” que se manifiesta en una tendencia inequívoca a hacer a un lado la muerte, eliminarla de la vida, considerarla irreal. Es que dos actitudes contrapuestas frente a la muerte, dominan la vida psíquica y configuran una suerte de actitud cultural-convencional - así la denomina Freud - que tiene más de negación que de construcción social. El inconsciente en este punto, no se comporta de manera diferente, “no cree en la propia muerte, se conduce como si fuera inmortal” .
Semejante estado de cosas se proyecta sobre la vida como una sombra, la inexistencia de la muerte con las costas relativas al valor propio de la vida, hace de la vida un flirt norteamericano - la metáfora es freudiana - se vuelve insípida e insustancial.