El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de Derechos Humanos. En su primer artículo, decía que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. El concepto “dignidad” hacía su entrada globalizada luego de un largo peregrinaje de interpretaciones en la historia del hombre. Hoy, seis décadas después, esa misma palabra aparece bajo el influjo preponderante de otro término, notoriamente antagónico y de claras concepciones políticas: “indignidad”.