No poco fue mi asombro cuando en aquella inolvidable mañana del 16 de Febrero de 1937, el Sr. Indalecio Alvarez, en su estancia “25 de Marzo”, puso en mis manos dos fragmentos complementarios de una piedra cilíndrica con ornamentación incisa, que una hijita suya había hallado tres o cuatro días antes no lejos de un manto salino de regular extensión, dentro del campo de su propiedad.
Jamás había visto nada semejante en Patagonia. Mis conocimientos bibliográficos despiertos de pronto, no pudieron satisfacer de inmediato el imperativo interrogante con que fui acosado. Creo ignorar hoy tanto como ayer; pero el acto gentil del Sr. Alvarez de desprenderse de tan curioso ejemplar para obsequiármelo como recuerdo de mi visita, no solamente obliga mi gratitud, sino que me impone el deber de no ocultar su hallazgo y existencia al mundo arqueológico de mi país.